EL Mundo de Hector

El mundo de Héctor 
Vivo solo en el pueblo de la tristeza
Héctor Díaz
Artículo publicado en el Diario El Tiempo de Valera
Observar diariamente el trajinar de unos cuerpos que avanzan calle arriba y calle abajo, por las aceras, intercambian palabras vacías entre ellos y hacen proyectos muy bonitos pero que a la vuelta de los días se convierten en simples ilusiones pasajeras, cada quien carga su pesadilla encima y algunos que otros se atreven a soñar, pero ellos mismos se preguntan, ¿pero soñar qué? Hasta para un simple sueño se necesita un conflicto existencial en aquel pueblo de la tristeza: no es fácil, es la interrogante en la reflexión final y no es para menos, ya que la propia incertidumbre de la pesadez emocional te hace dudar sobre la revelación del sueño. Las nubes son lentas en el desplazamiento, el aire y la brisa caminan como un cansancio de anciano y el tono de las esperanzas se ven lejanos en el horizonte.
Aquel pueblo se asemeja mucho a las leyendas de Ortiz de Miguel Otero Silva (cuando quiero llorar no lloro) o ha Macondo (cien años de soledad) de Gabriel García Márquez, cualquier comparación con un pueblo desolado es válida con un sonambulismo social; es la propia tristeza reencarnada en cada uno de sus habitantes quienes caminan dormidos y donde gesticulan la esperanza ya que el verbo ha dado paso a la frialdad sin futuro. La anomia, caracteriza a cada ser que va envolviendo lentamente para ir perdiendo el nombre de cada una de las cosas, es como un Alzheimer que no nos permite recordar nada, no identificar lo que nos rodea y mutilar cualquier iniciativa a los verdaderos conocimientos ya que la idea es seguir siendo seres de instintos, pero no pensantes frente a los avatares de la vida y el mundo. Aquel pueblo se le ve la tristeza por los cuatro costados, todos caminan rumbo a la soledad y descolorido paisaje que nadie se atreve a reflexionar para colorear un porvenir, todo es blanco y negro en el tapiz de la cotidianidad y las miradas del transeúnte se pierden cuando sus ojos son cubiertos por una delgada tela trasparente para perder la claridad y ver la imagen distorsionada, en estado de desolación o corroída por el tiempo. La alegría, amor y bondad han desaparecido para darle paso a la franquicia del individualismo y a la pertinaz zozobra del desinterés por el prójimo.
En aquel pueblo pululan los fantasmas vivientes, recuerdos de un pasado que truncó todas las posibilidades de un futuro mejor, la memoria solo sirve para recordar hechos lamentables, quedaron estancados solamente para el miedo, petrifican la historia para homenajear al que cayó en desgracia, pero, él que una vez se levantó y avanzó en medio de aquel pueblo de la tristeza, le celebran las nueve noches y el cabo de año, lo lanzan al olvido y no permiten que su nombre sea escuchado ya que es un hereje de la alegría y la ternura; aquellos habitantes que sobresalieron emigraron antes, no dejaron huellas para que nadie les siguiera los rastros y no ser calificados como fabricantes de ilusiones, prefieren el anonimato para no correr riesgos en el pueblo de la tristeza; mientras tanto, todo se estanca en el tiempo y el espacio, nada fluye por las corrientes del pensamiento y el accionar queda semi paralizado, tiene algunos movimientos pero en retroceso pero jamás hacia delante. 
El pueblo de la tristeza se caracteriza por no admirar a nadie ni reconocerle méritos a nadie piensa que eso es hacerle el ridículo a la solidaridad y añorar las dificultades, es como hacerle una producción dramática sobrescenificada en base a personajes que salen de la nada; allí radica toda la esencia de la tristeza de un pueblo que se le murió la esperanza y en vez de levantarse para seguir, se durmió esperanzado que algún día alguien haga ver la realidad sin chocar con los intereses de quienes pululan su conducción administrativa; allí está el pueblo de la tristeza observando el firmamento y esperando que del cielo caigan las grandes soluciones, que se haga el milagro y una espera interminable al mejor estilo de Aureliano Buendía, donde lo único que le quedó fue compartir con el gallo y esperar una bendita carta que nunca llegó a sus manos. Cien años de soledad y tristeza, ese es el rumbo de mi pueblo donde vivo solo con mi sombra como acompañante y única testigo de mis anhelados y tormentosos pensamientos
hectordiaz63@hotmail.com
@Hector_Diaz63

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