Carlos Raul Hernandez



“Transición y fantasías”
Carlos Raúl Hernández / @CarlosRaulHer.

El acuerdo debe dirigir su mensaje hacia los grupos sociales reticentes a la alternativa democrática
Para que sirvieron las firmas de convocantes a “la constituyente” el año pasado? ¿Cuántas firmas hacen falta para que comience “la transición”? En cambio la derrota en las parlamentarias o una posible emergencia de extrema izquierda remacharían las cadenas de López y el alcalde Ledezma, por no pensar peor. Es triste que quienes desean ser líderes no entiendan algo tan simple. A muchos los mordió el mismo bicho que a los opositores de Juan Vicente Gómez cuyos desacuerdos, invasiones, alzamientos fallidos y divisiones, facilitaron crear un régimen de miedo que duró 27 años hasta su muerte. Pero siempre existe la posibilidad de que algún pajarito hable hoy a varios aspirantes a líderes y les haga comprender la dramática necesidad de bajar a tierra y enfrentar unidos y sin más inventos el reto electoral inmediato. Mientras la gente se dispersa en ocurrencias geniales como la salida, la constituyente y ahora la transición, más se aleja la posibilidad de materializar la única tarea real que procede.
El único freno visible a una perspectiva totalitaria es el triunfo electoral de las fuerzas del cambio. No hay otra llave. De no ser así viene un abismo insondable, que no se sabe dónde cae. Desde antes de 1928 -fecha de un gran acontecimiento opositor- existieron grupos que concebían la política en términos modernos y que intentaron fundar sindicatos y partidos, pero también iluminados dispuestos a romperlo todo si no giraba alrededor de sus ocurrencias mesiánicas y equivocadas. En otra banda estaban los grupos tradicionales de caudillos y ex caudillos que convertían sus peonadas en pequeños ejércitos y querían resolver las cosas con más barbarie. Algunos creían que el sol de la libertad vendría en desembarcos y otras operaciones espectaculares y heroicas pero siempre trágicas.

El caudillismo ruge

Había los que se contentaban con hacer “clubes políticos” para reunirse a discutir y elucubrar en los medios ilustrados, especie de twitter de los años. Divididos y enfrentados, odiaban más a sus compañeros con desacuerdos que a la dictadura. Esos fraccionamientos, recelos, envidias y odios ayudaron a Gómez a reinar hasta su muerte. Por fortuna Rómulo Betancourt, el más importante pensador democrático, estratega y líder latinoamericano del siglo XX se propuso aplacar la insensatez con partidos políticos estructurados, ideológicos, claras normativas de funcionamiento y dedicados a organizarse y promover movimientos sociales democráticos. Pero el caudillismo rugía en plena transición (transición de verdad) por los graves errores de AD, Copei, URD y la falta de experiencia política del maestro Rómulo Gallegos.

Nació y murió la dictadura en 1958 y la experiencia de entre 1945-1948 hizo que Betancourt se dedicara a meter en cintura dos factores esenciales en la caída de lo que él llamó “el experimento democrático”, Caldera y Villalba, y por eso nace el Pacto de Punto Fijo de octubre de 1958. Ese fue un acuerdo para conducir la transición e impedir que los militares que habían derrocado a Pérez Jiménez regresaran al poder, o que lo hiciera la izquierda radical. Betancourt promovió una alianza amplia que incorporó a casi toda la sociedad, partidos, empresarios, sindicatos, clero, y a su vera se hicieron varios pactos, como el Programa mínimo común de gobierno, el Pacto obrero patronal y la Constitución de 1961, entre otros. Ese acuerdo para la transición de verdad, -aunque nunca se llamara así-, tenía sentido porque ya la dictadura había caído y se vivía efectivamente una transición.

Acuerdo de los que piensan igual

Y revestía un rasgo esencial: no era una operación entre minorías que pensaban lo mismo -no fue el caso del niño que solo sabía leer en su libro- y se extendía a los partidos que habían desestabilizado a Gallegos. Betancourt pudo sobreponerse al odio, el resentimiento y el rencor por los sucesos recientes, para asegurar el porvenir. El liderazgo político creó una ola de optimismo y fe en el futuro que presidió la época, el espíritu del 23 de enero, basado en la Unidad, la idea de que vendría algo esplendoroso. Lo que se aprecia hoy, al contrario, es una arremetida a fondo del poder para segar los espacios democráticos que se mantienen a duras penas, el encarcelamiento y la amenaza contra dirigentes democráticos, violencia contra jóvenes estudiantes, el avance del poder total, y luce surrealista hablar de acuerdo para una transición imaginaria.

La urgencia es llamar a votar en las primarias opositoras y en las elecciones, darle esperanzas a la ciudadanía e incluir la mayor cantidad posible de sectores. El acuerdo pertinente debe dirigir su mensaje hacia los grupos sociales reticentes a la alternativa democrática, que con frecuencia tienen buenas razones. Debe terminarse con los juegos florales, y las exigencias del momento claman por reacciones serias y maduras. Se vive un salto vacío en la oscuridad pero hay una enorme posibilidad de ganar las parlamentarias. Las diferencias surgidas sobre la transición ilusa reverdecen la ponzoña de que hay opositores buenos y malos, honestos y deshonestos, colaboracionistas y radicales y promueven la división y el abstencionismo ¿Transición? ¿Cómo, cuándo, dónde? Son fantasías y el documento que debía presentar la alternativa en su totalidad debería ser para llamar a la gente a votar. Hay una gran posibilidad de conquistar el Poder Legislativo para comenzar a superar una crisis que amenaza con el caos.

El Universal, 01 de marzo de 2015
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