AMERICO MARTIN--TALCUAL..

DESDE EL PRINCIPIO

La dificultad hecha hombre



AMÉRICO MARTÍN 


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Nicolás Maduro vive un drama, a ratos en tono de comedia, a ratos con ramalazos de tragedia. Le han dejado en la mano una responsabilidad cuyos mecanismos interiores no puede descifrar y sin el respaldo necesario para buscar algún tipo de salida por la vía clásica del ensayo y el error. Los acontecimientos, con sus retos indescifrables, no le dan tregua. Y el caso es que su temperamento es su enemigo. No está hecho para la situación. No es el hombre de las dificultades, sino la dificultad hecha hombre.

En la posición en que se encuentra, a golpes de realidad ha ido entreviendo la catástrofe que lo amenaza. Tiene miedo, sin duda, y se comprende. Debe detener y no sabe cómo, el deslizamiento incesante hacia el fondo oscuro del abismo, en plazo más corto del que cree merecer. Si tan solo tuviera la humilde sabiduría de llamar a los que saben y de copiar lo que funciona, cual lo hacen hombres como Ollanta Humala y Pepe Mujica, de origen genuinamente revolucionario, más que lo pueda ser él, más incluso que lo fuera su endiosado antecesor.

La realidad enseña hasta al menos dotado pero aún si se atuviera a ella, Maduro no tiene fuerza para honrarla porque los fantasmas de su imaginación y los sedientos aspirantes de carne y hueso que lo asedian, no lo ayudarán. Parecen más bien en posición de esperar que pise el peine para revestirse, ellos sí, de salvadores.

La comedia-tragedia-tragicomedia consiste en eso: si no hace nada o insiste en profundizar el error, se hunde; si intenta hacer algo, se hunde. El gambito del estólido diálogo, por insincero, no ha detenido la tempestad. Es carne para lobos. Diosdado, atemorizado por los primeros contactos con la oposición, gritó: ¡con la ultraderecha fascista no hay diálogo posible! Maduro nada pudo responder, no se atrevió, pero virtualmente obedeció. Sin embargo, la desesperación fundamentalista sigue percibiéndolo como hombre indeciso, vacilante. En sus manos, el supuesto legado del endiosado comandante eterno no se sostiene.
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Como no puede acallarlos, probarles lo contrario, ni dormir en la angustia que lo oprime, entonces opta por insultar, reprimir alocadamente, poner toda la carne en el asador. Sobre todo agrede y escarnece lo que no entiende. La libertad de prensa y los estudiantes. ¡Ay los estudiantes! Aquella sería ­único caso en el universo. Único en la historia- la culpable de la crisis económica, las manifestaciones de protesta, el aumento de la criminalidad, de la inflación, de la desinversión, de la especulación, de la guerra económica, en fin. Liquidarla de un tajo es un riesgo y no paso a paso como lo está haciendo es, en esta hora de los derechos humanos y de sistemas jurídicos internacionales que si bien ineficientes, si bien lentos, cuando se activan aplastan. Insulsa será inofensivo, pero la máquina puesta en movimiento resulta ciegamente implacable.

Por eso en América ­salvo el jurásico sistema cubano, que sin embargo busca salir del ahogo- no hay un solo gobierno sin legitimidad de origen. Es lo que protege a Maduro pero lo que puede barrerlo.

Arremeter contra medios y periodistas y suscitar la cólera de la juventud y los trabajadores solo puede ser la manifestación endemoniada de una infinita desesperación, un temor rayano en el horror. El ordenamiento jurídico interamericano y la opinión pública lo observan, cuando más aire necesita.

En su impotencia, el hombre se refugia en la amenaza y el insulto. ¿Por qué esos malditos estudiantes no lo quieren? ¿Por qué tienen tanto prestigio interno e internacional? Incurre en el tonto disparate de los gorilas latinoamericanos a lo largo de los años. Descansa en la ilusión de que sean "hijos de papá" que con unos peinillazos y el ruido de sus motorizados sedientos de sangre, correrán a sus hogares ¡Pero dale con ellos!. No se cansan.

No se asustan. Más bien vuelven una y otra vez a la carga, más convencidos, más dispuestos al sacrificio. Maduro no conoce la historia de Venezuela. Ha olvidado, si en el pasado alguna vez presenció protestas estudiantiles, la infinita capacidad de resistencia de que pueden hacer gala. Más aún, no conoce la historia de América, desde que los estudiantes ­en la segunda década del siglo XX- reformaron a fondo los criterios de la enseñanza y se convirtieron en la vanguardia luminosa de la democracia 
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El repertorio conceptual de Maduro -y más el de Diosdado- es desoladoramente precario. Los estudiantes latinoamericanos. los estudiantes venezolanos no siempre tienen razón, por supuesto, pero ni sus asustados enemigos habían dicho que fueran oligarcas o insensibles.

A propósito, es cómica y reveladora la forma como administran sus insultos.

Desde llamarlos "derechistas" hasta arrastrarse por el suelo balbuciendo: "fascistas", "ultraderechistas". La última fue decir que son "nazi-fascistas", sin tener idea de lo que significa eso. ¡Tómate un Lexotanil, hombre! La cultura de Maduro y Diosdado es de crucigramas. Juraría que jamás han leído ni la solapa de un libro.

Ahora me dirijo a quienes quieren un país pacífico, con el más alto nivel de vida de Latinoamérica, moneda estable, seguridad en las calles, empleo, democracia y libertad, sin la amenaza ominosa de las botas claveteadas y los "colectivos" inhumanos hasta la insolencia.

La Venezuela de los trabajadores, del afecto y el futuro. La América de los estudiantes saludados por Ortega y Gasset, Eugenio D ´Ors, Jiménez de Asúa, Manuel González Prada, Vasconcelos, José Ingenieros y sobre todo José Enrique Rodó, como la vanguardia, de la vanguardia, de la vanguardia de nuestra adolorida patria.

 

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